Cuando ayer entré al bar, me di cuenta que estábamos muy lejos de los estándares de los restaurantes modernos y me dije "así no vamos a durar mucho".
Todo parece muy antiguo, gastado. No te digo sucio porque sucio no está. La semana pasada nos tocó la trapeada bimestral de las baldozas y como después no vino tanta gente se mantiene incluso algo del olor a lavandina (porque esta vez le agregamos lavandina al agua, para probar si el piso queda mejor que con agua sin aditivos).
Las telarañas son también viejas. Algunas están pegadas a carteles que todavía muestran los precios en australes.
Miré a los mozos, y a mi mismo en un espejo que está tras el mostrador con una calcomanía publicitaria de Cynar. Viejos, todos viejos.
Acá hacía falta un cambio.
Nos quedamos toda la noche trabajando duro y parejo.
Hoy abrimos al mediodía y sacamos nuevos carteles a la calle.
"Área Wi-fi. Servico gratuito para los clientes", "TV Plasma 42. Todos los partidos", "Viernes Wine Bar".
Con eso tiramos por un tiempo, aunque sea para cubrir las apariencias mientras se nos ocurre algo.
Total, clientes nuevos no creo que entren.
De los viejos clientes, el que trae algo más parecido a una notebook que pueda conectarse mediante wi-fi es el ruso, que sigue con su ilusión de terminar su novela y se carga la Olivetti al hombro para seguir escribiendo mientras se regala un liso con ingredientes.
El tele de plasma, nadie lo necesita. Acá corre la radio AM, o la FM Tango.
Y lo del wine bar los viernes, es una redundancia. Los muchachos le dan duro y parejo al Termidor tinto todos los días, todos los horarios.
Para qué vamos a gastar pólvora en chimangos.
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