Mis picos de actividad física los fines de semana suelen darse básicamente en los puntos de mayor apertura bucal durante los bostezos, pero sin embargo ha ocurrido esta vez algo que ahora -retrospectivamente- me parece digno de mención.
En estos tiempos donde cuesta acomodarse a los cánones de la sociedad y difícilmente se logre sentirse cómodo con cómo uno encaja en el entorno, he dado un pequeño paso.
Ciertas acciones actuán como enzimas que liberan esa sustancia llamada machinixol que hace que uno vuelva por instantes a sentirse a salvo de todo esta ola de metrosexuales, post-metrosexuales y post-post-metrosexuales.
¿Qué cosas hice que me devolvieron esa sensación de masculinidad perdida?
A saber:
- Tuve que cambiar una rueda del auto, previamente destrozada contra un filo en el pavimento. Esto con el condimento adicional de ser una rueda delantera (son más importantes que las traseras, lo sabe todo el mundo), hacerlo en la tierra al costado de la ruta y de noche. Si, está bien, colaboró un poco mi esposa, pero eso no cuenta, porque me pateó varias veces mientras me ayudaba y casi no lloré.
- Cambié la tabla del inodoro que estaba rota desde... creo que desde siempre. Esto no sólo lo hice yo, sino que hasta se me ocurrió a mí hacerlo. Es más, hasta quedó mejor que antes.
- Comí comida mexicana y pedí la salsa picante ("no, esa no, la picante, la picante en serio"). Las chicas del mostrador me miraron con cara de extrema unción, pero me fui a la mesa en pose de "yo caliento mi sopa en un volcán en erupción, ¿y qué?". Ahora estoy pagando las consecuencias, pero ya es lunes y no cuenta.
- Miré una entrevista al Roña Castro y ví un pedazo de una carrera de autos. Supongo que eso cuenta un poco.
Así que ya puedo irme a dormir tranquilo.
Es hora de sacarme los ruleros, aplicarme la máscara de pepino e irme a la cama que mañana se viene un día duro.