domingo, 11 de julio de 2010

Preso de mi propia promesa

Ah, que feo.
¿Así que vas a escribir algo solamente porque te comprometiste a hacerlo?
¿Y vos decís que no se van a dar cuenta de que esta porquería está escrita como para decir "ah, no sé, escribí algo en la semana, listo, pibe, a llorar al convento"?
Yo digo que si.
Que se van a dar cuenta.
Que van a prenderle fuego al blog.
O peor: que te van a ir a buscar (ellos saben donde vivís) y te van a ahorcar con el cable del máus.
O lo más pior: te van a ahorcar mientras el blog arde como una tea juanadearquina.
¿Vos estás seguro que no vas a escribir nada?
¿Te vas a arriesgar?
No se vos, pero a mi que me prendan fuego no me hace gracia.
¿Por qué no escribís algo entonces?
Si al final estás perdiendo más tiempo tratando de decidirte que si te pusieras a escribir.
¿Cómo que ya está?
¿Cómo que al final ya escribiste algo?
¿A vos realmente te parece que esta bazofia da para tirar toda una semana?
No se, vos pensalo.

domingo, 4 de julio de 2010

¿Cómo llegó eso ahí?

He de confesarles algo: hacía meses que no salgo al patio de mi casa.
Tal vez sería conveniente hacerlo de vez en cuando y más seguido. Voy a agendármelo.
La cuestión es que el otro día, sacando el auto, veo en el fondo del patio que el mandarino estaba cargadísimo de fruta, desbordante, y decidí juntar un poco para llevarme mandarinas al trabajo.
Al ir rodeando el árbol, para ir tomando algunas de las más maduras, encuentro que detrás del árbol había crecido otro árbol.

¿Cómo llegó eso ahí?
No lo sé.

Pero en resumen, detrás del mandarino (un arbolito enano de no más de dos metros) hay otra monstruosidad de especie desconocida (al menos para mí) que sobrepasa ampliamente la altura de los techos.
¿Cómo puede ser que a alguien (yo) le crezca un árbol en el patio y no se de cuenta sino hasta que bordeando otro árbol se lleve (yo) el tronco por delante?
Y dejo de escribir acá, porque llegado a este punto necesito reflexionar muy seriamente sobre la clase de cosas que pueden estar habitando bajo mi cama, en los últimos cajones de mi escritorio o en la puerta menos usada del botiquín del baño.