viernes, 29 de agosto de 2008

Argh... uffff, uffff, frená un cacho... esperá un poco que me infarto... ¡perá, te digo!, che...

Ayer, después de muchos preámbulos, salí a correr.
Bah: me sacaron a correr.
Yo al trote y la Patu en bici.
Todo empezó cuando hace unos días mi hija empezó a insistirme con el tema y no tuve más remedio que resignar mi espíritu sedentario.
El método usado para convencerme fue infalible.

Ella - , ¿salimos a correr?
Yo - No, ¿para qué?
Ella - Hey, fijate en tus zapatos.
Yo (mirando) - ¿Por?, ¿qué tienen?
Ella - ¿Ves?, ¡te tuviste que asomar!

Y sí, ya no es solamente el diámetro de mi ecuador corporal, sino que los mismísimos trópicos están avanzando considerablemente. No te digo que uno debiera tener silueta de Coca Cola, pero por lo menos aspirar a algo levemente mejor que el contorno de un San Felipe 12 Uvas.

La cosa es que salí a trotar, con Patu arreándome con la bici, haciendo restallar una ramita de fresno en mi espalda al menor indicio de reducción de velocidad.
A poco de empezar, empecé a sentir la típica e insoportable picazón que produce la sangre cuando empieza a circular por zonas inexploradas del cuerpo, cuando empieza a colonizar venas y arterias en desuso.
¡Qué insoportable, Dios mío!

Aguanté bastante, no se vayan a creer, por ser la primer salida pedestre en años.
Mis cuatro kilómetros me he recorrido.
Y la velocidad más o menos bien, mucho más de los que yo imaginaba, que era lanzar el hígado por la boca a los docientos metros.
El último kilómetro lo corrí estilo final olímpica de los cien metros llanos.
Es que no pude mantener mi boca cerrada.

Cuando -ya regresando- pasamos frente a una pizzería, había unos cuatro o cinco motoqueros fumando en la puerta.
Cuando vieron que por delante de ellos pasaba una especie de oso panda en jogging, uno de ellos no resistió la tentación de gritarme:

-Eh, campeón, ¿estás entrenando para bajar la zapan o te inscribiste en una carrera de boludos?
-Lo segundo, -respondí boquendo- lo segundo, pero tengo que entrenar bastante porque es difícil ganar... es que los boludos van en moto...

Cuando vi que se pararon medio ofendidos algunos de ellos, les juro que Usain Bolt quedó reducido a la altura velocística de un quelonio.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Ustedes se preguntarán qué estuvimos haciendo todos estos días... ah, ¿no se lo preguntan?, bueno, igual les cuento

A pesar de los muchos intentos que hicimos en estos últimos días (salir a vender bolsas de residuos puerta a puerta, hacer malabarismo en semáforos, infructuosos tanteos para convertirnos en taxi-boys, lisa y llanamente mendigar por las plazar, etc.) no logramos reunir fondos para reponer las sillas y mesas que perdimos a manos del par de tránsfugas que nos estafó con el servicio de flete.
¿Cómo puede funcionar un restaurante sin sillas?
Un restaurante sin sillas es como un zoológico sin animales, como un acné sin granitos, como una pecera sin peces, como un culo sin agujero.
¿Cómo podemos trabajar sin las herramientas básicas?
¿Dónde pegarán los chicles nuestros clientes ahora que no tienen la parte de abajo de las mesas?
¿Con qué se partirán el lomo los borrachos si no los proveemos de lo básico: sillas de madera?
Vamos a hacer un intento más, un último esfuerzo.
Se viene a Polenta con Pajaritos un manotazo de ahogado, que pude o bien hundirnos aún más o marcar un hito en el ramo y sacarnos a flote.
Ya estamos prestos a poner en marcha la tendencia del mañana: la tendencia picnic.
A partir de mañana sacaremos nuevamente a relucir nuestros manteles y los pondremos directamente sobre el piso.
Al mejor estilo día de la primavera.
¿Funcionará?
No lo sabemos.
¿La gente lo tomará con agrado?
No lo sabemos.
¿Lograremos mantener abiertas las puertas del restaurante?
¡Pucha digo, che!, cortala, ya te dije que no lo sabemos.

lunes, 25 de agosto de 2008

¿Soy sólo yo o...

... la publicidad de Google está cada día más pacata?


lunes, 18 de agosto de 2008

Limpieza a fondo

-Apellido y nombre, señora.
-Guzmán, Teresa Sofía, agente. Y por favor tome nota también que en realidad soy señorita.
-Muy bien, señora, señorita, disculpe. Entonces, ¿podría repetirme lo sucedido en su domicilio así lo registro en la denuncia?
-Como no, oficial, las veces que haga falta. Resulta que yo volvía de hacer las compras, del chino que está a la vuelta de casa y...
-¿Volvía sola o algún masculino la acompañaba?
-No, no, no, sola. Es que desde que murió mamá estoy viviendo sola. Bueno, yo llegué a mi casa, con los bolsos cargados y al abrir la puerta se me desfondó una bolsa.
-¿Ya estaba dentro de su domicilio de radicación o estaba aún en la vía pública?
-No, a ver, no. Estaba adentro, sí. Porque me acuerdo que manché el felpudo que está del lado del living. Un desastre se me hizo.
-¿Puede recordar qué cosas cayeron al piso?
-Un paquete de harina, dos frascos de mermelada, uno de aceitunas, un sachet de leche y un amargo serrano. Todo roto en el piso.
-¿Y qué hizo entonces?
-Grité como loca, grité que era un desastre, que cómo iba a hacer para limpiar tal enchastre. Ahí fue cuando percibí que había alguien dentro de casa.
-¿Podría identificar a esa persona?
-Por supuesto, lo reconocería donde fuera.
-Veamos, repasemos la descripción que me hizo: alto, como de metro ochenta, pelo oscuro, peinado a la gomina, lentes ochentosos al estilo Bono, remera naranja, guardapolvo blanco... ¿está bien?
-Si, si, tal cual.
-¿No tiene ninguna duda?
-No, ninguna: era Mister Músculo.
-¿Y qué pasó entonces?
-Bueno, yo me asusté, porque estaba este señor dentro de mi casa, no se, se habrá colado por la claraboya del baño, que nunca me atreví a ponerle barrotes. Él me empezó a hablar, a decirme que me iba a ayudar a limpiar, a recoger todas las porquerías, a dejar el felpudo como un quirófano, vea mire.
-¿Y la ayudó?
-¿Él?, ¡nooooo!, ¿qué mierda me va a ayudar?. Me dio un envase con gatillo con no sé que porquería adentro y mientras yo lo miraba, confundida, dijo "me voy, me necesitan en otro lado", como en la propaganda y se fue rajando por la puerta que yo todavía no había cerrado.
-O sea que le hizo el cuento del tío...
-¡Peor! Fue publicidad engañosa. Uno en la tele lo ve tan correcto, tan gay, tan eficiente. Pero es pura propaganda. Ese hombre es un delincuente, no sabe lo que me hizo.
-¿Y qué le hizo?
-Me revolvió los cajones, me robó todas las chucherías de oro que tenía en la mesita de luz, se llevó mi celular, ya había embalado el dividí que por suerte no se pudo llevar pero desde las bombachas hasta los corpiños, no me dejó uno.
-No se preocupe señora, ya están todos los móviles tras el sospechoso. En cuento tengamos información la llamaremos por si hace falta hacer una ronda de reconocimiento.
-Gracias, señor policía. Ojalá atrapen a ese atorrante. Con el tema de que en la tele aparece en todas las casas como el Chapulín Colorado, uno se lo encuentra adentro y una ni sospecha que el malnacido no vino a ayudarte a limpiar la cocina o el baño sino a robarte los ahorros de toda la vida. Ya me parecía a mí: demasiado mosquita muerta no podía ser tan bueno.
-No todo lo que brilla es oro, señorita. Pero la justicia llega, tarde o temprano. Ya verá que cuando menos se acuerde, el imputado estará compartiendo celda con la acosadora gotita Magistral y el delincuente juvenil de Chuavechito.

lunes, 11 de agosto de 2008

¡Tomá, para que aprendas!

No se muy bien por qué, mientras cenaba me acordé de algo que me pasó cuando iba a tercer o cuarto grado de la primaria.
Una de las cosas que recuerdo es que me había atacado por esa época una necesidad viral de leer cuanto libro, revista o historietas se me cruzaran por delante. Una necesidad que luego se transformó en vicio y que aún no me ha abandonado. Tal vez ahora sea más selectivo. Ya no leo la guía telefónica ni los prospectos médicos impresos en letra muy chiquita.
La cuestión es que, a los 9 años, texto que veía texto que leía.
La anécdota que acabo de recordar pasó durante una clase de matemáticas.
Yo estaba leyendo una historieta a escondidas mientras la maestra explicaba algún tema que no recuerdo pero no era de mi interés. Cómo nunca me costó el estudio, me solía tirar más bien a chanta, por ejemplo, dibujando, escribiendo o leyendo en clases.
Supongo que habrá habido un par de retos previos, pero no lo recuerdo.
La cuestión es que recuerdo que en determinado momento levanté los ojos de la revista y ví a la maestra parada frente a mí, con los brazos en jarra, a punto de empezar a gritarme: "¿otra vez con la revistita?, ya le dije que se la voy a sacar, ¡deme eso para acá!"
Acto seguido me arrebató la revista de las manos y me desafió: "¿estás contento ahora?, ahora no te voy a devolver la revista hasta que terminen las clases".
Supongo que me habré encogido de hombros o puse cara de quemimporta, a juzgar por la reacción de Mirtha (sí, así se llamaba la seño, cuyas mejores herramientas sicopedagógicas consistían en pegar el chicle en la nariz a quienes mascaban en clase, arrojarle el borrador a los distraídos, tener un stock de bonetes que decían "burro" y orejeras para caballo hechas en cartulina para los que se pasan la clase mirando el banco de al lado... un amor la Mirtha).
Ella tomó la revista, indignadísima y le arrancó una hoja.
Con una mueca irónica en el rostro, me miró esperando mi reacción.
Miré a mi copañero de banco, luego a ella y me sonreí.
Eso la debió enfurecer mas, porque agarró las hojas y empezó a destrozarlas, como si quisiese depegarles las viñetas.
La revista quedó hecha pedazos, casi toda en el piso y partes aún en manos de la maestra.
Me miró con asco y me volvió a desafiar: "¿todavía le da risa, maleducado?".
Creo haber asentido con la cabeza, con una sonrisa aún más grande en la cara.
La bruja estalló: "ahora se va a ir a reir a la dirección, ¿qué es lo que le da tanta risa?"
Miré nuevamente a mi compañero de banco y sin mirar esta vez a la maestra le respondí: "lo que pasa es que la revista es de él".
A diferencia mía, el gordo no se reía, estaba pálido y creo que hasta una lágrima le humedeció el borde de los ojos.

jueves, 7 de agosto de 2008

10 cosas que me imagino que hacen los que no le sacan la bolsa de polietileno a las butacas de los autos nuevos

Y sí, soy fundafóbico.
Las personas que tienen un auto nuevo y a las butacas no les sacan las bolsas de polietileno con las que vienen de fábrica son por definición malas personas.
A lo mejor me acusan de discriminación por lo que voy a confesar, pero estas personas me resultan egoistas, antipáticas, discriminatorias, cagadoras, hipertensas, desconfiadas y ventajeras. Tomá, te lo dije.
Lo mío puede ser prejuicioso, pero si te vas a comprar un auto con ese tapizado chuchi y lo mantenés envuelto en náilon, sos un tarado. Es como querer hacerse un pancho con las salchichas sin sacarlas del paquete.
Porque si hacés eso tan feo de dejar las bolsitas, bien que podrías ser capaz de hacer alguna de estas otras estupideces:
  • Usar los zapatos de gamuza con la caja puesta, para que no se te ensucien, haciendo un agujero en la tapa para meter el pie.
  • Intentar hacerte aplicar una inyección sin sacarle la tapita a la aguja, lo que demuestra que además de tarado sos cagón.
  • Comerte los caramelos sin sacarle el papelito.
  • Usar profilácticos. Pero las 24 horas del día, cosa de mantener todo prolijito y a cubierto.
  • Comprar pececitos y en vez de ponerlos en una pecera tenerlos en la bolsita en las que te lo vendieron.
  • Dejar en la pantalla del televisor esa calcomanía de papel horrible que dice "Real Colors" que te tapa los subtítulos de las películas pero "bueno, che, es que vino de fábrica".
  • Pedir que al morir no te coloquen en tierra y que tampoco te cremen. Certificándolo por escribano, comprometer a la familia a que una vez fallecido te envasen al vacío.
  • Medir el lujo de un hotel, no por la existencia de un jacuzzi en la pieza, loza radiante o lujosas alfombras y mullido somier, sino porque en el lavabo dejaron un cepillo de dientes, un vaso y un peine dentro de bolsitas de nylon selladas.
  • Mientras se espera el plato principal en un restaurante, engañar al estómago chupando -sin abrir- las bolsitas individuales con grisines.
  • Echar al café con leche dos sobrecitos de azúcar, cerrados, revolver y esperar que por ósmosis el líquido se endulce.

Vos, que no sacás las laminitas transparentes autoadhesivas que cubren los display de los celulares nuevos, zafás por un cachito así. Pero sabelo, te tengo en capilla.

lunes, 4 de agosto de 2008

Arte urbano: Cuarta entrega

En el corazón de Pichincha el Negro Olmedo sigue dejando su impronta.
Cualquiera que pasee por el Parque Norte, frente a la Secretaría de Cultura, en el predio de la estación de trenes Rosario Norte, puede encontrarse con él, sonriendo desde un banco de plaza.
Los que lo desean, pueden sentarse a su lado, ocupando el sitial que alguna vez supo ocupar el gordo Portales.
Pocas veces vi una escultura tan integrada al paisaje urbano como ésta.
Lo que más me gusta, es que no está ni en un pedestal ni aislada con barreras.
No es raro que el Negro amanezca envuelto en una bufanda dejada como obsequio o un gorro de lana que abrigue su pelada.
Está al alcance de quien quiera acercarse, sentarse, charlar un rato o demostrar al Negro todo su afecto.

(clic en la imagen para ampliar)