El sábado por la tarde me pegué un faltazo al restaurante (hacía años que no me tomaba un sábado) porque mi esposa había conseguido entradas para ir a ver a los UB40.
Hacía mucho que no iba a algún recital de este tipo y me costó adaptarme nuevamente a la conglomeración de personas. Digamos, por decirlo de una manera más clara: ya no soy del palo. Es más, la última vez que había ido a ver un recital fuera de un teatro fue cuando llevé hace ya muchos años a mi hija a ver a Piñón Fijo.
El reggae me gusta y UB40 sonó muy bien. El problema fue que además de escuchar había que ver, y bueno, si, sonaba como UB40, pero se veía como, digamos... Katunga.
Y uno siente lástima por ellos y por uno mismo también. El tiempo, al fin y al cabo, pasa para todos. Creo que la policía no estaba tanto para desbaratar cualquier intento de desorden sino para evitar a la salida una estampida cuyo objetivo sería la rotura masiva de todos los espejos y vidrieras que se crucen por el camino y tengan la osadía de reflejar las canas-kilos-arrugas de más.
Volviendo a los UB40. ¡Pobres!
El cantante era una copia calcada del Capitán Kirk, actualmente. La otra voz, el negro, parecía Samuel L. Jackson pero con rastas y dentro de diez años.
El percusionista, no parecía ser otro que Bud Spencer sobrevivido y el saxofonista creo que si no me equivoco era la cruza perfecta entre el Elvis gordo de los últimos años y Benny Hill.
Zafaba el bajista, lo más parecido a Pipo Pescador que vi sobre un escenario.
Ojo, reivindico a la banda, sonaba muy bien, pero francamente yo no podía sacar de mi mente la imagen de Silvio Soldán haciéndose el pendejo a una edad en que lo único de pendejo que se puede hacer es empezar nuevamente a usar pañales.
Haciendo cálculos yo no debo estar mucho mejor pero les llevo una ventaja: cuando ellos estaban en su apogeo tenían probablemente la edad que tengo yo ahora y cuando yo sea un viejo choto como ellos, los UB40 estarán llegando a la edad de Mick Jagger.
Ellos deben haber visto muchos cambios también. Antes miraban al público y veían a la gente ondeando encendedores para crear clima. Ahora es una multitud de pantallitas de celulares lo que flota por sobre las cabezas.
Lo que también flotaba por sobre las cabezas, y al costado y abajo y adelante y atrás, era el humo de la marihuana.
Yo, que lo más parecido al acto de fumar que hice en mi vida ha sido chupar un cubanito para sacarle el dulce de leche, me convertí el sábado en un drogadicto pasivo.
Encima, al lado armaban porros, delante los compartían, atrás los buscaban y yo y mi esposa en el medio.
Nos daba miedo que llamaran a seguridad: "¡Ahí, ahí!, ¡esos dos no están fumando!".
Para disimular, agarramos una de las entradas, la enroscamos formando un tubito y nos hacíamos los que fumábamos. Peace, man.
Así que contentos por la música, deprimidos por la imagen, endrogados con el estómago revuelto y más cansados que Kung Fu (si, Kung Fu además de estar solo también se cansaba) pegamos la vuelta apenas desenchufaron la última guitarra.
Mierda, no veía tanta droga desde el show de Piñón Fijo.
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