Nuestra sed de conocimientos nos lleva hoy hasta las dependencias del Servicio Meteorológico Nacional, para de una vez por todas conocer como este organismo centenario, de amplia trayectoria y no menor voluntad de servicio a la comunidad, le puede pifiar tan duro y parejo.
Ya en la puerta, casi interponiéndose en nuestro camino, nos recibe el Comodoro Alberto Sotelo, responsable de la delegación a la que concurrimos.
"El mayor inconveniente que tenemos", se confiesa avergonzado por la falta de apoyo económico que reciben, "es que necesitamos que haya una renovación tecnológica de los equipos que estamos utilizando".
Mientras nos conduce por uno de los pasillos, agrega: "Parece mentira, pero mientras monstruos mediáticos como el Weather Channel mantiene sitios en internet conectados a satélites y bases en todo el mundo, nosotros recién la semana pasada pudimos habilitar una casilla de Hotmail.".
Ingresamos a una sala donde se disponen cuatro mesas a lo largo de la habitación. Dos meteorólogos recorren las mismas, tomando anotaciones en planillas sobre los datos que capturan mediante la observación de los medidores que se encuentran en las mesas.
"Esta es la unidad de pronósticos de lluvia.", nos explica mientras nos conduce hacia una de las mesas.
Al acercarnos vemos que los que tomamos como medidores son estatuitas de diversos colores. Las hay violetas, blancas, celestes y algunas de un verde manzana muy tenue.
"Cada una de estas estatuitas, cuando está por llover, cambia de color.", alza una y nos la alcanza para que la miremos con detalle, en su base se lee Recuerdo de Mina Clavero, "En cada mesa hay aproximadamente trescientas".
Cada una de las cuatro mesas contiene un tipo específico de estatua. Están los delfines y lobos marinos procedentes de la Costa Atlántica, la virgen de San Nicolás, el Gauchito Gil y en la última mesa se aglutina un popurrí de motivos a los que no les dio el handicap para formar mesa aparte. "Las mejores son las virgencitas", nos dice cómplice, "no le fallan casi nunca".
Una vez hechas las observaciones se procesan y estadísticamente se obtiene un resultado, que es que se difunde en todo el país.
Al consultarlo por el alto nivel de pronósticos errados, Sotelo expresa que "es culpa de la luz del techo, que a veces parpadea, se queman los tubos o se ve muy amarillo y bueno, los muchachos se confunden con los colores".
Nos invitan a la sala contigua, donde podemos observar a un grupo de ancianos sentados en ronda y tomando mates.
Sotelo nos explica que el personal se renueva muy lentamente, generalmente sólo al crearse vacantes por fallecimiento o jubilación de alguno de los empleados.
Los que se van jubilando, es raro que se alejen de la institución y permanecen en contacto permanente, colaborando a su manera con los pronosticadores. "Claro que esto no ocurre con los fallecidos", aclara innecesariamente y no sabemos si fue o no una broma.
El comodoro nos presenta a don Julio Lavenzi, que ingresó al servicio en 1939, cuando contaba apenas con 17 años.
"Yo sigo aportando lo mío, aunque ya me haya retirado.", explica con esfuerzo, "Es una tradición acá que la vieja camada, la de la vieja escuela, siga poniendo su granito de arena".
Al quedarse don Julio sin aire, Sotelo completa el cuadro.
"Todas estas personas que ve acá", abarca el grupo de ancianos con un movimiento del brazo, "fueron alguna vez los guías de los actuales pronosticadores, cuando éstos recién empezaban. Algún día seremos nosotros los que estemos sentados acá, y así de generación en generación".
Nos interrumpe un anciano del fondo, levantando la mano.
"Me duele la rodilla", grita entusiasmado. Un coro de aplausos lo emociona visiblemente.
El comodoro lanza un grito hacia una puerta entreabierta en la que puede leerse Centro de Difusión: "¡Che, avisá que está subiendo la presión atmosférica!".
Cada uno de los abuelos, ya sea porque se le hinchan los juanetes, le duelen las muñecas o tal vez porque le vuelve a molestar la prótesis de cadera, es útil para detectar cambios sensibles en las condiciones meteorológicas. Aquí puede observarse, a diferencia de otros ámbitos que bien podrían tomar el ejemplo, como se venera la experiencia y se hace sentir útil a nuestros queridos mayores.
Seguimos recorriendo junto a Sotelo el resto de las instalaciones, como la sala de los libélulas, el corral con los teros o el pabellón de las golondrinas, capaces éstas -como ningún otro animal- de predecir el momento exacto de los dos solsticios anuales.
Como perfecto resumen de nuestra visita, el comodoro nos deja una conclusión: "Con un poco más de ayuda por parte del gobieno, por más pequeño que sea el aporte, podemos hacer mucho para avanzar hacia la perfección. No se, digamos lo suficiente como para comprar más chicharras o sapos toros, lo necesario como para mejorar."
Un fuerte apretón de mano oficia de despedida.
Nos vamos con la promesa de difundir esta realidad para que la comunidad sepa que los muchachos del Servicio Meteorológico Nacional campean la tormenta como pueden.
Eso si es que no le erraron de nuevo y en realidad no llueve.
Vean este genial video de balas atravesando distintos objetos, filmadas en cámara lenta. Realmente impactante.
1 comentario:
Yo una vez vi que usaban sombreros de duende para saber para qué lado va el viento y con qué velocidad.
Después se iban corriendo en esa dirección porque (según dijeron) "el viento es sabio y si se va para allá por algo será".
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