Ayer llamó una persona al restaurante preguntando por mí.
Quería hacerme una entrevista en relación a mi trabajo en Polenta con Pajaritos, para que fuera en representación del staff de este establecimiento.
Cuando digo que necesitaba que fuera, es porque la entrevista estaba concertada en Coronda.
Según me explicó, era para hacer una nota sobre rellenos para la página de cocina de la revista.
Le pedí a Toni un par de recetas de canelones, ravioles y otras cosas rellenas, por las dudas me pidieran detalles específicos, preparé mi bolso y me fui rumbo a Coronda.
Hoy, al llegar, vi que la dirección era de la cárcel de Coronda. No puedo negar que en un primer instante un nubarrón de desaliento cruzó por mi cabeza.
Allí me recibieron los oficiales del penitenciario y al pedir por el Manotas (tal como se presentó mi entrevistador) me condujeron a su celda.
A partir de este punto mi relato se hará poco confiable, es necesario reconocerlo, debido a mi casi nula experiencia y fluidez en la utilización del metódo bajo el cual se efecutó la entrevista. Manotas se reconoció un ortodoxo en esto del periodismo carcelario y exigió hacerme la entrevista en clave morse, golpeando unos cacharros de aluminio en los barotes.
"¿Che, te vinistes en auto, vo'?", fue lo primero que me preguntó, a lo que contesté afirmativamente. Por alguna razón le interesaba abordar este tema, supongo que para informalmente ir rompiendo el hielo y allanar el camino a preguntas más comprometidas. Quiso saber casi todo, marca y modelo, si picaba lindo, si tenía el tanque lleno y si los vidrios estaban polarizados, entre otras cosas, muchas de las cuales no supe contestar.
Cuando ya estaba a punto de revelarle los secretos del relleno de los cappellettis, me pidió que fuera a buscar a uno de los guardiacárceles, porque tenía ganas de ir al baño.
Le señalé un inodoro (bastante ruinoso, por cierto) que estaba ubicado en uno de los rincones de la celda y le dije que no hacía falta, que podía ir allí.
"Son las cosa de la burocracia, ¿viste?, ¿vo' podé' creer que justo me vienen a enchufar una celda con ñoba, pero de minas?". A mi lo del baño para mujeres me sonó a excusa, sobre todo por el mingitorio que había al lado del inodoro.
Como me vió dudar, el Manotas sacó una pistola de entre sus ropas.
Algo me llamó la atención en el arma y pronto me di cuenta: la pistola era de papel maché.
"Sei' mese' llevo mascando y mascando pelpa, para formar una masa moldeable.", se lo sentía enchido de orgullo, "Después de tanto laburo, me hice este bufoso, pa' mayor seguridá".
Me contó que antes había hecho una de jabón, como en la película de Woody Allen, pero un día se le cayó en el baño y nunca más se animó a recogerla.
Me indicó con un movimiento de cabeza que fuera a buscar al cana, "si queré volvé a vé la lú de nuevo", agregó.
Yo miré la bombita colgada del techo, y no sé si por lo sencillo o por lo drámatico de la decoración, la verdad es que sí, quería verla de nuevo.
Fuí a buscar al guardia.
Cuando volví con el agente, éste miró a Manotas desaprensivamente.
"¿Y esa pistola de juguete?" se rió.
"¿De juguete?, la cargué con lo fideo munición de la sopa de anoche."
El tiro, que le rozó el tobillo, borró la sonrisa del policía.
Presuroso, el guardia abrió la celda y el Manotas me tomó de rehén.
En un marco de mucha tensión, el preso me fue arrastrando, con la pistola apuntándome a la cabeza, chorreándome caldo en la sien y la mejilla.
Llegamos al estacionamiento y volteó la cabeza hacia todos lados. Estábamos rodeados de policías y no se veía salida a la encerrona.
"¿Y el auto?", preguntó, "¿donde dejaste el auto?".
"Qué se yo", respondí, "si yo vine en remís".
El Manotas lanzó un alarido desesperado, momento de distracción que la policía aprovechó para sacudirle unos cuantos cachiporrazos.
Luego de que uno de los agentes me pusiera a cubierto, observé como un enjambre de uniformes le caía encima al Manotas y descargaban lo que fuera sobre su pobre humanidad: bastones, borcegos, uno le estaba dando coquitos en la cabeza, otro le estaba tirando de las orejas y uno de más allá dale que dale con un repasador mojado. Cuando me fui, se acercaban algunos agentes más, uno de los cuales blandía una orquilla en el aire y otro venía con un palo lleno de clavos.
Me escoltaron hasta la puerta y pregunté por si iban a tomar represalias por el frustrado intento de fuga.
"Naaaaaa!", me dijeron. Yo me fui más tranquilo.
Y así fue como me volví al restaurante, con mucha más pena que gloria.
Al final no terminamos la nota, pensé.
De cualquier forma ya había entendido que no era una nota sobre rellenos para la página de cocina de la revista.
Creo que se trataba de cocinar una nota de relleno para una página de la revista.
Vean unos quías que no se como hacen, pero en sus restaurantes logran cobrar más caro que nosotros.
1 comentario:
Muy buen relato; con esto muestra claramente que la cocina no es tirar fideos en una olla con agua y esperar: siempre hay riesgos inesperados.
Nunca había imaginado pasar recetas en código morse.
Saludos.
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