Pasen y siéntense. Servilletas al cuello. Vasos Durax y mantel de plástico floreado. No esperen comida chatarra ni tampoco platos elaborados. A cambio, pueden meter la cuchara en la olla tantas veces como quieran. Hoy, polenta con pajaritos.
miércoles, 20 de septiembre de 2006
Añoranzas futboleras
Ayer, durante una cena, estuve charlando y rememorando la época en que jugaba asiduamente al fútbol. Confieso que fue como hablar de una vida pasada.Mi apogeo futbolístico fue entre mis 17 y 22 años de edad, etapa en la que soía jugar partidos día por medio.Por esos años, si bien nunca fui un jugador descollante, al menos podía acompañar algunas jugadas y zafar bastante. El antes y el después de este período no merece otro análisis que el que concluye con la palabra "tronco". Esta palabra ya la venía escuchando desde antes de mi retiro definitivo -que tuvo lugar allá por mis 24 años en la Liga Baigorriense- y me sigue acompañando hasta el presente, en una humillante marca personal ineludible.De chico mi viejo me llevaba a jugar a la pelota, supongo que con la ilusión de que al menos me divirtiera. El precio de su sacrificio fue el llegar medio equipo en auto de una punta a la otra de Rosario y llevar a casa para lavar las camisetas de todo el equipo.Me acuerdo que jugaba de cuatro, aunque soy zurdo. Total, como no tocaba una pelota ni para sacar los laterales, quien se iba a dar cuenta con que pie pateaba. Además, para esa época aplicaba la misma teoría que aplico cuando elijo la pechuga del pollo sobre otras presas durante una comida: es más fácil ligar un buen pedazo cuando comés lo que por lo general no prefieran los otros. Y en la posición de cuatro estaba el hueco en el equipo, de otra forma hubiera sido el suplente de alguno de los suplentes.Me esfuerzo y no puedo traer a mi mente algún momento en que robara alguna pelota o cortara algún ataque. Al menos un ataque visitante, ya que los propios recuerdo haber desbaratado varios. Esta situación me obligó a desarrollar un estado atlético excelente, debido a que compensaba estos errores corriendo desaforadamente, sobre todo al finalizar los partidos cuando me buscaban mis compañeros.El equipo completo era un fiasco. Una vez, creo, no salimos último en un torneo.Nuestro momento de gloria fue empatarle al puntero del momento. En toda mi carrera futbolística en cancha de siete sólo hice tres goles y todos fueron en ese partido, de local. Me acuerdo que jugábamos contra un equipo de la zona sur. No se que carajo le había pasado al tipo que debía trasladar al equipo contrario pero no llegó sino hasta el inicio del segundo tiempo. En resumen, arrancamos el partido siendo siete contra cuatro. Al final de la primer mitad, le íbamos ganando por cinco a cero, con los tres goles míos que ya les he mencionado (en uno me rebotó la pelota en el cuerpo y entró, otro con arco sólo,sin arquero y bien de frente logré un palo y gol y el tercero fue de cabeza, de pedo, con los ojos cerrados y confieso que sin querer, ya que ni salté y sólo cerré los ojos del cagazo). El segundo tiempo, ya siete contra siete, nos pegaron una paliza bárbara y nos empataron. No nos ganaron gracias a un remate fortísimo que asustó a nuestro arquero, que se dio vuelta, le pegó en el cuerpo y la desvió con el culo.Ese es mi historial de la infancia, casi casi un prontuario, podría decirse.Hasta mi incursión en la Liga Baigorriense nunca más volví a jugar formalmente en un club.De hecho mi mejor época fue en equipitos de barrio, de esos que salías a jugar contra otra zona y si eras visitante te sacaban corriendo a cascotazos cuando ibas ganando.A diferencia de la mayoría de los jugadores, que podían leer las jugadas y anticipar a los contrarios, yo apenas si deletreaba un pedazito del partido, futbolísticamente analfabeto. Lo más que yo podía anticipar era el resultado: perdido inexorablemente por goleada.Hay quien lleva la pelota atada en cada jugada. Yo llevaba la pelota, a secas; si no no jugaba ni de lineman.Debo reconocer, sin embargo, que siempre me vi rodeado de los mejores jugadores. Es que yo era el que jugaba con los buenos para equilibrar un poco el partido. En el pan y queso yo venía a ser la pielcita de la mortadela.Hoy, no logro recuperarme de las serias lesiones sicológicas que tanta acumulación de frustraciones me ha producido. El día de hoy me invitan a jugar pero no voy, excepto que sea con amigos. Es que mi estado atlético ya no es el de antes. No sabría como huir una vez terminado el partido.
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