domingo, 10 de diciembre de 2006

Gratificaré devolución

Son los tiempos que corren.
La agitada vida en las ciudades nos impone un ritmo infernal, que nos hace funcionar como meras máquinas corriendo en pos de su objetivo.
Y es en este fregor diario donde uno evade circunstancias y mínimos cuidados que harían que no perdamos tantas cosas.
Porque, ¿quién no se olvidó un paraguas en el colectivo por ir pensando cómo hará para resolver cual o tal tema en la oficina?
¿O cuántos pueden decir "yo, jamás" si preguntáramos quiénes son los que no se han olvidado alguna vez un abrigo colgado en el respaldo de la silla de un bar luego de apurar un café con leche y pensando en cómo va a hacer para pasar a buscar a los chicos, llevarlos a lo de la suegra que vive en la otra punta y sin olvidarse de pagar tal impuesto que sólo lo cobran en tal banco y encima no pasé por el Banelco y...?
Yo al menos no.
En el bar, microcosmos particular pero no por ello distinto al resto del mundo, sucede exactamente lo mismo. Pero, quizás por las características bohemias de este lugar, suele suceder al revés que en otros lados.
Es raro que un cliente pierda algo en nuestro restaurante.
Y sin embargo puedo contar con los dedos las veces que un mozo sale del mostrador con un objeto y regresa con el mismo al punto de partida o al menos sabe donde lo puso. Parecería una exageración si no fuera cierto, pero debido a este tipo de olvidos tenemos tras la barra cinco cajones llenos de las cosas que más perdemos (nuestro triste top five, digamos) para asegurarnos de tener siempre a mano. Allí podemos encontrar destapadores, sacacorchos, salpimenteros, anotadores con birome y tablitas para llevar prendida la cuenta.
Los clientes suelen devolvernos cosas que los mozos dejan por error en las mesas, como floreros, platos que no han pedido, sillitas para bebé, tapitas de botella, cuentas ajenas, azucareras o queseras (según haya pedido pastas o café, respectivamente) y otras cosas por el estilo.
También es frecuente ver a los mozos vagando erráticamente entre las mesas buscando algo perdido o en cuatro patas, oreja pegada al piso, atisbando por debajo de los manteles si no está allí lo que han extraviado.
Algunos interpretan esto como un caos absoluto dentro del restaurante, a un desorden generalizado. Yo sostengo que no es más que una particularización de las leyes de entropía que gobiernan el universo.
¿Pero a qué viene todo esto?
A que hace una semana contratamos a un muchachito para que colaboren en la atención de las mesas, debido al incremento de la clientela.
Como el pibe que nos recomendaron tiene nula experiencia en el tema, se lo "pegamos" a Joselo, para que vaya viendo como se mueve la cosa.
El pibe iba tras Joselo mesa por mesa, prestando atención a la forma de servirlas, de llevar los pedidos a la cocina, de retirar el servicio.
Pero ayer se nos perdió.
Joselo dice que la última vez que lo vió fue mientras servía una porción de canelones al del cuarto piso del edificio de al lado y que después se distrajo, se puso con la mesa contigua y cuando llegó a la cocina el pibe ya no estaba.
Tratamos de hacerle recordar donde puede haberlo puesto, en qué otras mesas estuvo atendiendo pero nada, el Joselo dice que no puede aportar otros datos.
Lo buscamos en todas las mesas, en los baños, en las mesitas de la vereda, en las casas donde llevamos algunas viandas, bajo la barra, en la despensa. Nada.
Por eso escribo esto.
Si viene usted al restaurante y encuentra sentado en su mesa, o bajo la silla o donde sea, un pibe flaquito de veintitantos, pelo ondulado, poco expresivo pero eso sí muy respetuoso, delantal con repasador a la cintura y ojos muy pero muy saltones, le rogamos que nos avise.
Alguna forma de agradecerle la atención encontraremos.
Gracias.

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