miércoles, 20 de diciembre de 2006

Fundamentos

Ayer estábamos cenando con unos amigos en una pizzería y pasó una niña vendiendo flores. Le compré un pimpollo de rosa para mi esposa que en ese momento estaba trabajando, para darle un minúsculo regalito sorpresa.
La flor venía envuelta en celofán metalizado y el pimpollo estaba protegido o enfundado en un chapuchón confeccionado con una especie de red plástica. No se si se ubican como es esta protección para los pétalos, intenté buscar una foto en internet y no lo conseguí, espero lo imaginen.
Cuando estaba a punto de retirar el capuchón para dejar la flor en libertad, una amiga me dijo:
-Dejaseló, así le va a durar más tiempo.
Entonces pensé: ¿y para qué quiero que dure más tiempo si no puedo disfrutarla, paladearla con la vista?.
Es como tener un tener un perfume de excelente fragancia, de los que no se consiguen tan fácil o son harto costosos, y no usarlo nunca para que no se gaste. ¿Qué placer produce el perfume dentro del frasco?
Hay mucha gente que se rige con ese principio en todo momento.
Están los que se compran un auto cero con unos tapizados espectaculares, pero nueve meses después de estrenados siguen los asientos enfundados en bolsas de nylon como colchones de geriátrico.
Yo particularmente tengo algunas de esas mañas: suelo no usar algunas de las lapiceras que mejor escriben o más me gustan por miedo de -una vez agotadas- no conseguir el repuesto. O añejar en demasía un buen vino, no tanto por mejorarlo sino por temor de no poder reponerlo.
Basta.
Desde hoy cambiaré de método.
Tengo en el restaurante unas mesas hermosísimas, ¿para qué cubrirlas con el mantel?
A partir de mañana encontrarán una fantástica superficie de madera pulida en vez de un mugroso trapo.
Ni siquiera pienso poner los platos. Al fin de cuentas no son más que intermediarios que impiden que se manche el mantel que impide que se ensucie la mesa.
Un cucharon de polenta directamente sobre la madera, que después de todo el contacto con el roble hace al buen vino, entre otras cosas.
Y es más, basta de intermediarios.
¿Qué es la comida? Una excusa para que -como por arte de magia- sus billetes pasen desde sus billeteras a nuestra caja registradora.
Así que desde ahora, entran al restaurante, pagan y listo. Chau, se van.
A ver si de una vez por todas acabamos con estos viejos vicios de dilatar las cosas y dejar para mañana lo que puedes disfrutar hoy.

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