jueves, 12 de junio de 2008

Ida

Este no suele ser un blog intimista pero hoy va a ser la excepción, porque lo necesito.
Mi abuela, en cuya piel me puse el año pasado cuando actué este monólogo, hoy decidió partir hacia ese cielo hipotético en el que yo la imaginaba.
Me encuentro en este momento solo y frente a este blog que hoy siento ajeno, pero es un buen lugar para poner algunas cosas en claro.
Quiso el destino que su momento llegara más o menos como ella quería: excepto por los últimos dos o tres días, se fue sin perder conciencia de si misma, sin resignar su independencia y sobre todo con su deseo cumplido de "que Dios me conserve la cabeza y lo que me queda de vista, es lo único que le pido", cómo a ella le gustaba repetir.
Tengo encima la paz de saber que se fue sin dolor, sin darse cuenta.
Tengo la tranquilidad de saber que ella supo cuanto la quiero, a pesar de sus defectos de los que no puedo decir que hayan sido pocos.
Pero sobre todo siento la sensación de que no se fue, de que simplemente se repartió y anida ahora una parte suya dentro mío, así como otras partes vivirán dentro de cada uno de los que la amamos.
Tenía necesidad de escribir esto y este lugar es tan bueno como cualquiera.
Sé que muchos amigos que me leen desearían dejar un comentario aquí abajo, pero discúlpenme que hoy no los haya habilitado.
Es tan solo porque este post es para mí. Para mí y para ella.

Hasta el lunes.