La navidad no sólo es alegría, paz, diversión y alcohol desmedido e irresponsable.
No señor.
Es una fuente inagotable de peligros y acechos.
Mi hija estuvo hace dos años presionando para que armemos el arbolito (sí, 730 días; porque el año pasado utilizando débiles excusas, evasivas respuestas y grandes fiacas no lo hemos armado) así que este año sí lo sacamos de su destierro placaresco.
Sin embargo, me siento como si hubiera instalado el terror en mi casa.
Verlo ahí, disimuladamente apacible, casi inocente, con todas esas lucecitas focos de incendio aguardando su oportunidad de flambearnos.
Porque seamos sinceros, muy seguro no es.
En principio, como no tengo enchufes que anden por ahí cerca (débiles excusas, evasivas respuestas y grandes fiacas me impiden cambiarlos) un tentáculo de cables retorcidos y atirabuzonados se arrastra varios metros por el piso hasta llegar a la base del pino, para peor colocado sobre una mesita plástica forrada en papel madera para darle el toque rústico apropiado. Basta un pie distraido para talar el pino sin mayor esfuerzo.
Luego, como casi ya no nos quedan adornos, aproveche unos cuatro juegos de 200 luces cada uno para disimular el faltante. El resultado es un arbolito con más luces que la Torre Eiffel (no, no es metafórico) y que a su vez es una efectiva fuente de radiación calórica. Con decirles que debajo armamos el pesebre y ya los tres reyes magos se me pusieron en bolas y se están comiendo uno de los corderos, que víéndolo asado pinta estar bueno.
Por último, ninguno de los juegos de luces parpadea y esto no hace más que aumentar el peligro de ignición. Además que no se puede dormir. En mi pieza entra un fulgor por la puerta que me está decolorando el cubrecama. A José, María y Jesús los tengo con lentes ahumados; el pesebre parece una grabación de CQC.
En nada colabora que el árbol es de un plástico finito con pinta de inflamable y tiene colgados todos los amorosos adornos que fabrica año a año mi hija en la escuela: todos muy lindos pero hechos de viruta de madera, palitos de helado y cosas por el estilo. No sé, en cualquier momento me cae con un adornito hecho de briquetas y pastillas de encendido para carbón.
Al final, uno termina mirando el arbolito con recelo y cada vez que salgo apago luces, bajo las térmicas y el disyuntor, aunque al volver tenga que reprogramar los canales de video y radiorelojes, con lo mucho que odio esta tarea.
Probablemente piensen que soy un paranoico.
Sin embargo, los invito a ver este video (educativo, agregaría yo) donde pueden ver como una casa (la tuya, la mía) se convierte en un infierno en menos de un minuto gracias a la acción de estos delincuentes llamados arbolitos de navidad. Para los de ánimo sensible, aclaro que nadie sale herido en la cinta y no hay escenas fuertes. El único que sale maltrecho de la grabación es el espítiru navideño, que en paz descanse. ¡Corre cinta!
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