Es una sensación horrible el no poder expresar con claridad un sentimiento o una idea. Sentir que es imposible que nos entiendan porque no encontramos la palabra justa que represente un concepto es una experiencia angustiante.
Así es como me sentí hace dos días en el restaurante, discutiendo sobre las cualidades de nuestro cocinero.
Cuando decidimos abrir este comedor sabíamos que debería ser un lugar diferente y pensamos automáticamente en comida no convencional como distintivo. Y entonces apareció Toni, un chef con revolucionarias ideas sobre los métodos de cocción y reaccionarias combinaciones de ingredientes como recetas.
Al principio dudamos de contratarlo. Joselo se oponía fervorosamente a hacerlo, ya que se autocalificaba como un mozo de profesión y no iba a andar llevando experimentos de mesa en mesa. Finalmente acordamos que íbamos a contratarlo y la experiencia resultó todo un éxito.
Esto ocurrió hace ya un buen tiempo y todo siguió bien hasta hace unos días, pero sucedió algo que nos tiene a todos preocupados.
Toni, luego de la frustración que le produjo haber errado las proporciones en dos o tres recetas y el temor de que lo encontraran para fajarlo los parientes de los dos comensales que –en estado de shock- tuvimos que mantener escondidos en la despensa hasta se le pasaran los síntomas más fuertes, cambió repentinamente su forma de cocinar.
Todo se volvió más vacío en Polenta desde ese instante.
Ese es el origen de la discusión que les comentaba al principio de esta nota y que me produjo una angustia al no poder expresar una definición que me fue esquiva.
Yo quería decir que Toni estaba cocinando distinto, y que no me gustaba.
Alguien me dijo que ahora estaba cocinando mejor, que no entendían mi punto.
Y es cierto, ahora le pedís una tortilla y Toni te hace una tortilla, no como antes que tenías que hacer firmar al cliente un papel para deslindar responsabilidades porque no sabías con que se iba a venir con el temita este de la cocina de autor (digamos que Toni vendría a ser del estilo “impresionista”).
Pero no es lo mismo. No es que cocine peor, pero no me gustaba más antes.
Me preguntaron si notaba que hubiéramos perdido clientela. Y no, no perdimos a nadie. Es más, recuperamos con éxito los dos hombres de la despensa.
Pero no, tampoco era eso… lo que no me gustaba era que no sentía que Toni fuera Toni, había cambiado, había sufrido una… bueno, no se que había sufrido, pero era evidente.
Obviamente nadie me entendía y yo no sabía como hacerme entender.
Me faltaba una palabra.
Después de setenta y dos horas de desvelo, decidí recurrir a una persona que cada tanto se pega una vueltita por acá para picotear algo: Jorge Mux, que de palabras la sabe lunga.
Le expliqué brevemente la sintomatología del caso y no muchas horas después, luego de una ardua investigación (según sus propias palabras, porque para mi es una verdad insoslayable que agrandó el esfuerzo para poder garronearnos un café con leche), me envío un sobre con la palabra justa que expresaba lo que yo sentía.
Lo que nuestro chef sufría era un caso de posopia (pueden ver en el vínculo la definición exacta, ya que Mux la incluyó en su diccionario alternativo).
Lo que hacía como chef y lo distinguía de todos los otros, ya no estaba, había desaparecido. El concepto de posopia lo explica todo y ahora sí, todos me entendieron y estuvimos de acuerdo.
Pero queda trabajo por hacer: nos propusimos recuperar a Toni y devolverlo a su estado natural.
Porque si bien el cambio no nos condena al fracaso, nos está arrastrando hacia una monotonía insalubre.
1 comentario:
Toni debió haber sido (antes de la posopia) un exponente de lo que (algún día) pienso hacer por TV: COCINA FICCIÓN. Comida que no es para comer, sino para ser vista, olida o tocada.
Una cosa con respecto a la posopia: hay una sintomatología que lo hace evidente. El afectado de posopia tiene los ojos ligeramente achinados, pestañea mucho y ya no pone mucho cuidado para peinarse. Hay que atender a esos detalles para recuperar a Toni.
Publicar un comentario