miércoles, 13 de septiembre de 2006

Aventuras en la jungla

Ayer me puse a cortar el pasto del fondo de casa.Al poco de empezar, empecé a descubrir un mundo nuevo.A partir del primer metro ganado a la muralla verde, descubrí algunos senderos ocultos por las frondosidades pásticas que explican al menos en parte las desapariciones de dos o tres días de los animales domésticos de mi mujer e hija. No me cabe duda que son los perros quienes utilizan estas vías debido a los huesos y pequeñas porciones de alimento que dejan en el camino, casi con seguridad para no equivocar el trayecto de regreso.Para facilitar el paso de la cortadora, retomé la deforestación pasando la máquina a uno de los lados de un sendero, ganando en forma lenta pero segura algunos centímetros al yuyerío y a su vez ampliando el paso para comodidad futura de los cánidos (beneficio que seguramente no van a retribuirme).Luego de avanzar unos cuantos palmos de ninguna forma en línea recta y haber cruzado desaprensivamente otros senderos intersectantes, la máquina se detuvo sorpresivamente. “Se desenchufó”, pensé con fría lógica. Pero al instante la cagué (perdón por la cruda expresión pero es lo más cercano que encontré para expresar el frío helado que me corrió por el espinazo).Al tirar del cable para verificar si estaba suelto o no, no sentí resistencia alguna. “Todavía queda cable, no hace tope”. Y seguí tirando. Qué boludo, si estaba desenchufada, seguro que no iba a haber resistencia.Empecé a volver sobre mis pasos, siguiendo la naranja línea del cable.Hasta que llegué al final. Tomé la ficha de tres patas con adaptador a dos en mis manos y mirando en redondo me di cuenta que no veía la salida. ¡Perdido en la jungla sin agua y sin comida!.Sin desesperarme en lo más mínimo, enrollé el cable y llegué nuevamente hasta la cortadora de césped. Siempre es bueno tener a mano algo con que atar o escalar.Me dije que salir era sencillo, bastaba con caminar en línea recta para acabar encontrando una salida o al menos romperme la nariz contra una de las medianeras. Sin embargo caminar en línea recta implicaba internarme entre los yuyos separándome del camino.Encontré esta tarea harto difícil. Tenía que dejar atrás la máquina –no hay forma de hacerla atravesar las marañas por encima cual alíscafo- y los tallos duros se resistían a cederme el paso. Me resigné a seguir uno de los senderos para ver hasta donde llegaba.Creo que caminé más de tres horas antes de sentarme a descansar. Nada, no había manera de salir. Intenté en vano saltar y trepar a los yuyos más gruesos para ver si por encima de ellos veía una casa, una antena, algo que me orientara. Pero bastaba con que ascendiera uno o dos metros del piso para que el tallo, más fino en la parte superior, se doblara y me dejara otra vez como al principio, pero un poco más dolorido en cierto huesito.Ya no tan tranquilo apuré al paso, vaya uno a saber que clase de animales habitan estos parajes y con qué oscuras intenciones los perros se internan en esta espesura (mis zapatillas y sus trastes saben que tienen sobrados motivos para vengarse de mí).Cuando los rayos del sol empezaban a abandonarme, llegué a un claro y tuve un encuentro inesperado.El Cascote, un pibe del barrio desaparecido hace no mucho más de un mes al que recordarán por la noticia en los periódicos, estaba allí sentado, comiendo vaya a saber qué cosa que no me atreví a preguntar.Resulta que el Cascote, según me contó, había entrado en el patio del vecino del fondo para robarse unos limones cuando el dueño de casa lo sorprendió y amenazó de muerte, corriéndolo por el patio. El Cascote, asustado, saltó la medianera y aquí estaba, con miedo a salir y que el vecino del fondo lo agarre del pescuezo. Nunca el vecino me dijo nada sobre el incidente, tal vez por miedo a que lo asocien con la desaparición o muerte del Cascote (dada por hecho por los medios periodísticos que nada sabían del incidente del limonero) o tal vez porque jamás me ha dirigido la palabra y es más, ni siquiera conozco su cara, así que qué iba a venir a darme explicaciones a mí.El hecho es que el Cascote no quería salir ni mamado, que estaba bien ahí, viviendo de la caza y de las cosas que le alcanzaban los perros a cambio de unas caricias sinceras.Afortunadamente para mí, el Cascote no salía de la jungla por decisión propia y no por no saber como hacerlo, por lo que no tuvo reparos en enseñarme el camino de vuelta y acompañarme un trecho.Al final recuperé la cortadora, regresé a mi viejo y querido patio y luego de un apretón de manos el Cascote se perdió nuevamente en la espesura.Ya en pleno ocaso, guardé las cosas que había estado usando para terminar el trabajo el día de hoy.Ya corté el pasto del fondo, excepto un par de metros cuadrados por los que seguramente mi esposa va a quejarse, pero yo no voy a dejar al Cascote sin intimidad o hacerlo correr el mismo destino que las especies amazónicas en extinción, por arrasar su habitat. Además me prometí firmemente no retar más a los perros si los veo arrastrar un pollo o una porción de tarta hacia el fondo del terreno, al fin y al cabo no hacen más que proteger a un pobre muchacho asustado.

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