lunes, 28 de agosto de 2006

Al que madruga...

Sin duda alguna, el principal motivo de divorcio -si eventualmente sucede- será el uso indiscriminado de relojes despertadores.
Me reconozco, mal que me pese asociarme a esta práctica aberrante, un empedernido adicto a este diabólico instrumento.
Como todo vicio o enfermedad social, empezó siendo una costumbre sana para luego ir degradando en una necesidad que llegó a convertirse casi en una droga con el correr de los años.
Cuando me casé, la hermana de uno de mis tíos me regaló un radioreloj. Allí le tomé el gustito al snooze -esa aberración que hace que el reloj suene una y otra vez como las velas de cumpleaños que se vuelven a encender solas-, por lo que cada despertar se sucedía de pequeños sobresaltos cada 9 minutos, tiempo que tardaba el reloj en volver a sonar. Bah. el snooze y las sutiles patadas de mi esposa dirigidas a la expuesta zona de mis tobillos. El lapso entre chicharra y chicharra, fueron siempre para mi sublimes instantes en los que uno sabía que debía estar ya levantado, pero optaba por disfrutar de la confortable e íntima calidez de las cobijas en un acto de rebeldía contra la sociedad (o bien de franco apoyo a la suciedad, ya que lo que acorta esta licencia es el tiempo de ducha, afeitado y peinado en orden inverso de prioridades).
Este disfrute es la causa de la perdición de todos los despertoinómanos.
Pero lo que conllevó a la tragedia, lo que despertó la semilla de la adicción fue la combinación de dos factores: los reiterados cortes de luz de aquella época y una falla en el radioreloj que hacía que atrasara demasiado cuando se accionaba la batería de emergencia incorporada.
Entonces hizo su aparición el despertador a pilas, de esos taiwaneses de dos con cincuenta. El primer fusible estaba instalado.
Claro, este nuevo artefacto no tiene una tecla de apagado que nos recuerde que hace varios minutos ya había sonado y nos insista nuevamente.
¿Cómo se soluciona esto?, con dos con cincuenta adicionales.
Se incorporó al ritual la alarma del celular, la de la agenda telefónica y la todo elemento que tuviera entre sus características la propiedad hacer ruido a una hora determinada.
La sofisticación llegó el año en que le regalé a mi esposa un despertador de campanilla, metálico, a cuerda, y uno podía ver sobre la mesita de luz la curva de evolución de los ingenios de la relojería. Como eslabón perdido, adeudo la compra de un reloj cu-cú.
Puedo afirmar sin culpa que programaba en la computadora la reproducción de temas MP3 para también sumarla al not-dream-team, previo asegurar que la UPS funcionara correctamente. El posterior cambio de PC por otra que calentaba más me hizo abandonar dicha práctica.
Luego me tocó vivir un tiempo en Paraná alejado de mi familia, por lo que tuve que volver a constituir un nuevo set de madrugar, ya que ni siquiera contaba en esta etapa con los codazos y demás complementos.
Al volver a mi casa y juntar mis dos equipos antimodorra, me encontré en posesión de 8 despertadores (incluyendo todo aparato que pudiera cumplir tal función) los cuales rápidamente fueron entrando "en servicio", usando al menos cuatro de ellos en forma diaria y simultánea. Suelo colocarlos (confieso que no he podido salir aún del círculo vicioso) con espacio de cinco minutos entre uno y el otro, para asegurar que tarde o temprano escuche a todos y no dilapide esfuerzos haciendo sonar dos a la vez.
Soy un innato perseguidor de la sofisticación, por lo que no es para mi lógico colocar todos los relojes juntos, corriendo el riesgo de que un manotazo de ahogado barra con todos juntos haciendo fracasar el operativo. Mientras un reloj se halla sobre la mesa de luz, otro será escondido detrás de ésta, otro entre los maquillajes de mi esposa, uno más bajo la cama alejado del alcance de la mano y siempre va a parar otro a algún rincón oscuro y poco habitual, para evitar el acostumbramiento. Mi debilidad son los lugares que hacen que el sonido parezca provenir de un lugar distinto al que están ubicados (la constante observación de los grillos me ha perfeccionado en esta técnica).
Se que no voy por el buen camino y si de algo les sirve el consejo de aguien que quiere salir del mundo de los despertadores préstenme atención: no se dejen engañar, el uso de despertadores es un viaje de ida. Las consecuencias son funestas.
Ahora, por la mañana, no distingo el timbre de casa de alguien que golpea la puerta o una llamada telefónica: mi brazo se dispara como un resorte hacia la mesa de luz para apagar lo que sea que se encuentre arriba -e instantes después abajo- como vasos de agua, libros y demás objetos.
No puedo conciliar el sueño sin revisar por lo menos tres veces cada reloj, haciendo sonar repetidamente alguno para testear que estén funcionando correctamente y siempre tratando de resistir la duda de no saber si lo habré roto en la última probada y volver a intentarlo de nuevo.
Ya no distingo cual fue el último reloj que sonó y nunca sé cuantos más deberán sonar, esperando inútilmente que suene uno más que inexistente permitirá con su ausencia que durmamos tres horas de más o bien me levanto rápidamente y accidentalmente no los apago, empezando a sonartodos juntos cuando ya no estoy en el cuarto (por ejemplo, en la ducha).
No entren en el juego, por favor, es demasiado sufrimiento. El horror llega además al punto de tener que pedir a un par de personas que te llamen a tal o cual hora, por las dudas algo pase con los relojes.
Lo peor es entrar en conflicto con uno mismo porque además de este feo vicio tengo otro aún peor: ¡inventar las excusas más insólitas para no levantarme y engañarme de esta forma a mi mismo! Eso me hace odiar durante la noche a mi ser de la mañana, buscando la forma de atormentarlo lo más posible y a su vez mi yo de la mañana aborrece a mi parte nocturna preguntándose "¿qué le hice yo a este tipo que me rompe tanto las bolas!". Y yo en el medio, terciando entre las partes y sin saber siquiera cual de los dos yo soy yo.Es la prueba más contundente que dos personas viven en mí, la que quiere y la que no quiere despertarse. Y cada una de ellas es independiente de la otra y juro que en uno u otro momento veo a la otra parte (sea cual sea) como alguien ajeno a mi mismo.
Sólo compréndanme, es todo lo que les pido.
Se que no hago bien en contar estas cosas, tal vez pase por loco.
Pero tengo un miedo atroz de que una de las dos partes intente asesinar a la otra una noche de estas, en los momentos en que ninguna de las dos tiene el control cabal de mi cuerpo, provocando además su suicidio involuntario y la pérdida de mi vida toda.
Riesgo para el cual, de momento, no hay alarma ni despertador que valga.

jueves, 24 de agosto de 2006

La fuente de la sabiduría y el pingüino de ¾ en que servirla

Acabo de hacer un descubrimiento asombroso que revolucionará mi vida en forma definitiva.
Apenas bastó un poco de meditación al sol bajando un par de panchos que nos zampamos con mi hija en La Florida para lograr el vuelco más importante –no me caben dudas- en la evolución del pensamiento humano. Tan simple y tan plausible, como lógico y loable sería que Einstein hubiera desarrollado en un tris la teoría de la relatividad mientras lastraba una porción de lupines.
El tema es que acabo de descubrir que lo se todo. Si, si, todo, todo.
La demostración es harto sencilla: basta que diga una palabra, frase o fonema para luego descubrir que existe una pregunta para la cual mi dicho es la respuesta perfecta. Diga lo que diga es correcto para dicha pregunta.
Por ejemplo, básteme decir “lechuga”, “1918”, “zucundún” y/o “drip” para que fluyan de mi mente –o la de cualquiera, no quiero desmerecerlos- preguntas como “¿cuál es la planta herbácea cuyas hojas se come por excelencia en ensaladas?”, “¿cúál fue el año del octavo aniversario de la Revolución de Mayo?”, “¿expresión utilizada para expresar frío e incomodidad por las olas y el viento de la playa?” o “¿cuál es el sonido que hace un cierre relámpago al cerrarse sobre una porción de piel?” que validan automáticamente todos y cada uno de mis enunciados, en forma respectiva.
Por tal motivo nada de lo que diga está estrictamente equivocado, sino que siempre se corresponde a una verdad incuestionable, aunque no siempre visible, como ocurre con la verdad en la mayoría de las situaciones.
Puesto que nada de lo que diga está errado, concluyo por añadidura que sólo es cuestión de tiempo pronunciar la respuesta correcta a todas las preguntas por insidiosas que sean.
Por ende: se positivamente todo. Sin mentiras, sin engañosas publicidades: T-O-D-O.
Si lo que digo sólo puede ser cierto, también es cierto que no hay nada que pueda desconocer, incluyendo esta última afirmación.
¡La sabiduría absoluta!
El sólo se que no se nada se ha transformado en sólo sé que lo sé todo.
Y eso que sólo fueron un par de panchos...

miércoles, 16 de agosto de 2006

Para gato, medio cogotudo

Ayer salí rumbo al trabajo en el horario acostumbrado. Caminé el par de cuadras que distan de mi casa hasta la parada del transporte público y me entretuve en el paisaje urbano mientras esperaba.
En esas cavilaciones estaba cuando noté en la vereda de enfrente algo que mis ojos no alcanzaron a percibir como real. Fue uno de esos casos donde la verdad no parece encajar con lo que uno ve o bien lo que uno ve parece ser tan irreal que el cerebro se resiste a procesarlo.
Frente a mí estaba pastoreando una llama.
Una llama, de esas que se ven en las postales del noroeste o de esas que ofician de zoomodelos en las fotos regionales donde los turistas se paran al lado de un animal de la zona, sea mono, llama, puma o vieja del agua.
El guanacáceo estaba mascando pasto. Todo encajaría mejor si estuviera mascando coca. No la llama, sino yo. Pero como estaba nomasito en ayunas me restregué los ojos y volví a mirar.
Era una llama, sin dudas. “Para gato, medio cogotudo”, me dije.
Crucé la calle para verla mejor y ahí es donde se desenfocó el mundo para mí.
Cuando di vuelta la cabeza, no sea cosa que el colectivo se escape furtivamente a mis espaldas, vi a mi barrio, pero desde otra perspectiva. Decir que lo observé desde otro mundo, sería más adecuado.
Ahí entendí. Comprendí tantas cosas que me hicieron meditar ampliamente sobre por qué no lo había notado antes.
Les explico: esa calle divide dos barrios. Yo estaba en el mío pero al cruzar la calle me pasé al otro.
No bien traspuse la frontera barrial, se produjo el clic en mi mente.
Mi barrio estuvo cayendo todos estos años en un pozo de tiempo.
En mi barrio el tiempo no avanza sino que es espeso, resbala hacia atrás, tan lento que uno no lo percibe en lo cotidiano. Mi barrio no progresa, sino que regresa. Los vecinos de mi barrio no viven, sino que se desviven.
Entendí el porqué de las calles de tierra, de los charcos de agua de lluvia, de las zanjas repletas de caracoles y las casas sin vereda. El tiempo se hunde y se revuelve como atrapado en eternas arenas movedizas y arrastra a todos nosotros hacia el pasado.
Razoné el porqué de las casas sin garajes… claro, si pronto no habrá autos transitando por las huellas comunales cuando el tiempo retroceda apenas un poco más.
Y aquellas barritas de pibes, de malandras, de jóvenes cansados de lo poco que les ofrece la vida, que se juntan en las esquinas. Ciego iluso, ahora me doy cuenta de que se trataba de malones. Ya debería haber notado que no era moda el empuñar una tacuará mientras se empina la cajita de vino.
Y ahora veo la causa de que empezaran a aparecer animales que se creían extintos o casi, como los patos crestudos, los moitús, los lechuzones orejudos, osos hormigueros, los tatús carreta, los lobos gargantudos y muchas otras alimañas que azotan el barrio. Incluso creo haber visto un dodo y una ballena franca, por lo que doy fe que en otras épocas por aquí hubo mares.
Qué equivocado estaba. No era el gobierno, ni la sociedad, ni los grandes intereses siempre puestos en otro lado lo que favorecía este transitar continuo de clase media a media clase.
Es el maldito pozo de tiempo.
Uno no lo nota, pero el retroceso es implacable.
Ponés en un balde dos litros de petróleo y al tiempo se te aparece el dinosaurio. Todo es así.
Eso explica todo y me siento un tonto.
La llama me mira y parece decirme “viste, zonzo, esa es la verdad de la milanesa”.
Arqueo las cejas, como despidiéndome, y vuelvo a cruzar para mi barrio.
Otra vez el barrio me absorve, me chupa hacia sus entrañas, me entierra en la viscosidad del tiempo. Y entonces olvido.
Olvido todo lo que aprendí hoy. Porque el barrio es sabio y astuto. Porque sabe cuidar su secreto.
Allá viene mi transporte, levantando polvo.
Otra vez la caravana de mulas viene repleta, carajo.

viernes, 4 de agosto de 2006

Una joyita imperdible

Por razones que no vale la pena enunciar aquí, di con una página no buscada mientras rastreaba páginas con Altavista.
Me encontré con un completo, gracioso y (por que no?) útil diccionario argentino-castellano.
Sin más que recomendar su lectura o archivado como material de referencia, les dejo el link para ingresar al mismo: Diccionario Argentino Español.